miércoles, 13 de mayo de 2009

Capítulo VII. Nubia

Después de cenar anoche, concertamos con el guía una excursión, fuera de programa, para visitar Nubia.

El día empezó con una paseo en faluca, embarcación egipcia que se ha usado desde la más remota antigüedad. Tiene una vela característica, que además de su utilidad adorna el paisaje fluvial.

Enfrente de nuestro barco había un muelle con falucas, algunas con las velas recogidas y otras preparadas para navegar. A la temprana hora que salimos para este paseo la luz era espléndida, esa luz que ya no es la del amanecer pero todavía es recién estrenada.

Nos embarcamos pues en la faluca, pero... el viento necesario para que la vela se hinche y la barca navegue, no se presentó. En realidad era de esperar, pues el viento empieza cuando el calor va aumentando y no a esa temprana hora matinal, así que el paseo fue muy corto.

De allí pasamos a la motora que nos iba a llevar a Nubia.

Y., nuestro guía habitual, nos presentó a un conocido suyo, que nos iba a hacer de guía en su region natal, Nubia, donde vive. Para nuestra sorpresa Y. había vivido ocho años en España, fue bailarín y coreógrafo de bailes étnicos en la Compañía de Víctor Ullate. En esos años se casó con una española, que llego a venir de visita hasta esta remota región.

Pero... siempre hay un pero, los nubios son extremadamente celosos de su identidad y sus costumbres y según Y. no se pueden casar más que con nubias y vivir de acuerdo con sus ancestrales tradiciones. Ellos lo hacen todo bien y no mienten; los demás, en cambio, no quieren más que perjudicarlos (me pareció una letra conocida la de esta canción) y tienen que estar vigilantes. Las madres mandan mucho y por supuesto la suya no estuvo en ningun momento de acuerdo con su matrimonio. Ahora esta felizmente casado, por fin, con una mujer nubia y tiene varios hijos.

También nos habló de la tragedia del pueblo nubio, que data de más de 35 años, y que sucedió con la construcción de la Gran Presa de Assuan y la creación del lago Nasser, que produjo un cambio total en la cuenca hidrográfica del Nilo. Más de cuarenta pueblos se vieron sumergidos por las aguas, muchos nubios fueron desplazados a otros lugares creados para ellos o a otras ciudades y regiones del país; hay muchos de ellos en El Cairo.

Los que se quedaron se apegan a sus costumbres y se dedican sobre todo al turismo y al comercio derivado de esta actividad.

Hoy dia Nubia esta repartida entre dos estados: Sudan y Egipto. En la Antigüedad fue llamada Kush, en la Biblia, Tai-Seiti, la tierra de la" gente del arco", por los antiguos egipcios.

La historia de Egipto y de Nubia están estrechamente relacionadas a través de toda la antigüedad. Egipto iba a buscar allí muchas riquezas de las que carecía: pieles, animales salvajes, oro, piedras preciosas, diorita para esculpir sus estatuas.

Hubo campañas belicas para dominar a sus levantiscos habitantes, periodos en que Nubia fue sometida a Egipto.

En tan larga historia las cosas tornaron a veces, de manera que en el s. VIII a.C., hasta tres principes nubios fueron faraones, la Dinastía XXV, y ciñeron la doble corona en Menfis.

Cuando se tuvieron que retirar a su región de origen fundaron allí el reino de Napata, que más tarde se traslado al sur, a Meroe, y duró más de mil años. Este reino tuvo una fuerte influencia de la cultura y de la religión egipcias, aunque conservo también rasgos originales.

Bien, pues nuestro pequeño grupo subido en la motora y acompañados del guía nubio Y. que nos iba contando la tragedia, las costumbres de su pueblo y su vida, navegamos desde Assuan hasta Nubia,

pasando delante del Mausoleo, en granito rosa, del Aga Khan III, príncipe indio, imán de la secta islámica de los ismaelitas. Vino a este lugar para curarse de una enfermedad reumática debido al efecto saludable de la arena del desierto, y quedó tan encantado que decidió hacer allí su tumba, en la que también está su esposa Begum Habiba, una francesa nacida Yvonne Blanche Labrousse.

Pasamos delante del Jardín Botánico de Assuan, Gerizet al-Nabatat, en la isla Kitchener, llamada así por el general inglés que ganó una batalla contra los derviches y para compensar, les hizo un jardín botánico en esta pequeña isla , convirtiéndola en un paraíso de árboles, plantas exóticas y preciosos paseos.

Seguimos navegando por entre islotes y vegetación, disfrutando de unos parajes preciosos, donde además de agua, rocas y plantas, vimos algunos pájaros que los egipcios adoraron como dioses, por ejemplo el ibis, que para ellos era Toth, dios de la escritura y de la sabiduría.

Atravesamos la Primera Catarata. No sé cómo sería antes de la construcción de la Gran Presa de Assuan, pero hoy sabes que estás pasando por una catarata por unos carteles colocados allí, en el agua apenas hay unos pocos remolinos.

Durante el viaje se nos presentó, no sé cómo decirlo... un espectáculo, un entretenimiento inesperado. Un chico adolescente subido en algo como una plancha, se acerco remando rápidamente con su solo remo improvisado y se agarró a la motora mientras cantaba a voz en grito el Asereje; continuó luego con La española cuando besa... y asi nos acompañó un rato cantando (?) en algo, que sin duda, él creía que era español; no se si su repertorio incluiría algo más, pero después de la propina, se soltó del barco, que ya se alejaba de su orilla. Lo que hace el ingenio para conseguir unas monedas...

Al poco la vegetación se hizo menos abundante y vimos en el desierto colindante los camellos que también iban con sus turistas a Nubia; esa es otra forma de llegar hasta el pueblo nubio.

Llegamos a Nubia. Y. nos llevo directamente a su casa. Según sus explicaciones, esta es una típica casa nubia, construída y adornada de la forma más tradicional. Allí estuvimos un buen rato, mientras eé resolvía sus asuntos; nuestra compañía fue su hijito menor Adam, de dos años que nos entretuvo un buen rato con las gracias propias de su edad.

Cuando Y. volvió, nos enseñó la casa que estaba muy bien puesta en su estilo. Había varias y buenas habitaciones, una terraza, un porche, varios dormitorios, un patio con una especie de recipiente que contenía crías de cocodrilo. No tenían un aspecto demasiado amistoso a pesar de ser de tamaño mediano. La visita a la casa incluyó también una tienda con objetos más o menos étnicos. Algunos del grupo compraron cosas.

El ultimo "servicio" consistió en la oferta de un "tatuaje" a la jena. Aceptamos dos mujeres del grupo. Vino una joven nubia de la familia de Y., muy guapa, y nos lo pintó, con poco arte, en el brazo. Lo peor fue que la tal pintura tarda mucho en secar. Íbamos con miedo de manchar todo, más o menos como cuando encuentras un banco recién pintado, en este caso un brazo.

Después recorrimos el pueblo, que era destartalado y sucio, pero con su encanto turístico. Había telares con los artesanos tejiendo, tiendas de especias de un gran colorido, tiendas de ropa, con vestidos nubios blancos, de algodón muy fino. Camellos y camelleros recorriendo el pueblo en busca de clientes. Hasta vimos a esta preciosa chica que nos sonrió así

Llegó la hora de volver a Assuan. Esta vez lo hicimos por el camino corto, sin islas ni rocas que vadear. Pasamos delante de la isla Elefantina, enfrente de Assuan, que fue muy importante en la Antigüedad, pues aquí estaba el último nomo egipcio, que tenía que vigilar la frontera con Nubia.

En esos tiempos hubo allí un templo dedicado a la Triada Khum, Saket, Anuket, que fue destruído por el rey persa Cambises en el s. VI a.C., ahora sólo hay restos que le dan un aire aún más misterioso a la isla en forma de elefante.

Como curiosidad para los amantes de la literatura policiaca, en el Hotel Catarats, que está enfrente de la isla Elefantina se desarrolla una de las novelas de la escritora inglesa Agata Christie: Muerte en el Nilo, también llevada al cine.

Por último desde la motora pudimos ver la gran catedral copta del Arcángel Miguel, que sobresale entre los edificios de la ciudad. Fue consagrada recientemente, en 2006.

Volvimos al barco, tras esta intensa mañana.

Debíamos reponer fuerzas pues aún nos esperaban muchos "descubrimientos" por la tarde.

Eso será el próximo capítulo.

miércoles, 22 de abril de 2009

Capítulo VI. El Nilo y Kom Ombo

Volvimos pues al barco, a la temprana hora de las diez y media, llenos de las impresiones que nos había producido el maravilloso templo de Edfú.

Como compañeros teníamos, entre otros, a un grupo de chilenos, que habían venido de tan lejos a conocer Egipto y para luego continuar hasta Tierra Santa. Habíamos conocido la noche anterior, a una señora chilena, de profesión juez, que nos invitó a una misa, que iba a celebrar para el grupo el sacerdote que iba con ellos. Nos pareció una buena idea. Los acompañamos en la ceremonia, que resultó edificante. Un descanso en medio de tantos dioses y tantos cultos complicados.

El resto del día hasta por la tarde navegamos por el Nilo, contemplando sus márgenes, espléndidas y variadas. Desde la cubierta se apreciaba el largo oasis que circunda las dos riberas, y que pocas veces es casi inexistente. En esas ocasiones el desierto está tan cerca que casi da miedo.

Egipto fue llamado "el don del Nilo", y nada es más verdad. Del Nilo ha dependido Egipto durante milenios. Ha sido fundamental para el desarrollo de su civilización desde la Edad de Piedra. Es un río de mas de 6.000 km de largo, de los cuales mas de 3.000 están en Egipto.

Como decía antes, es un gigantesco oasis que se debe a las crecidas anuales de su caudal. En verano, durante tres meses, el río se desbordaba e inundaba las tierras adyacentes, aportando un limo muy fértil. Cuando el agua se retiraba, los antiguos egipcios plantaban y cosechaban trigo y cebada, pescaban y cazaban aves en sus riberas, de tal manera que vivieron mejor que otros pueblos de la antigüedad.

También les proporcionó un larguísimo y cómodo medio de comunicación, sin accidentes geográficos, sin mareas ni vientos, por el cual transportaban en barcazas alimentos, bloques de piedra para sus construcciones y todo tipo de productos. La mayor parte de la población, todas la ciudades del Medio y Alto Egipto están en sus riberas, y también la mayor parte de sus grandes monumentos.

Los antiguos egipcios creían que la crecida era provocada por el dios Hapi, que cada verano levantaba su sandalia y dejaba correr el agua que había estado reteniendo en una cueva. Hoy se explica científicamente y se sabe todo al respecto, pero... su explicación es más imaginativa.

Los Egipcios no sabían donde nacía el río. Ahora se sabe que nace en el lago Victoria, atraviesa las montañas africanas, selvas ecuatoriales y desiertos, para desembocar en el Mar Mediterráneo formando un Delta con siete brazos.

La inundación anual implicó que un poder fuerte se tuviera que hacer cargo de la organización de las crecidas y de los numerosos canales, diques etc. que necesitaba la irrigación. A ello se dedicaron todos los gobernantes de Egipto, desde la más remota antigüedad.

Descansamos después de comer y luego subimos a la cubierta a tomar una taza de té mientras navegabamos contemplando sus variadas orillas, rumbo a nuestra siguiente parada: Kom Ombo.

Al cabo de una rato oímos unas voces que provenían del exterior y al asomarnos vimos que unos cuantos habitantes de las riberas se habían procurado una barca y gritaban para atraer la atención de los pasajeros y tratar de venderles algunos productos: gorros, pañuelos, vestidos, collares, etc., y yo qué sé... lo cierto es que no me interesó más que el espectáculo. Habían amarrado su barca al costado del barco y se dejaban llevar por el mismo. Sin duda algo de negocio harán, ya que los numerosos barcos, que como el nuestro, navegaban por el río rumbo a Kom Ombo llevaban cada uno su correspondiente "rémora".

Llegamos a Kom Ombo cuando la tarde ya declinaba. La vista desde el barco es magnifica. Además de la luz del atardecer, que desde mi punto de vista es la más favorecedora del día, el templo, mejor dicho los templos, pues son dos, están en un pequeño promontorio, y se les puede ver desde lejos.

Kom Ombo, llamado por los egipcios Nubt "Ciudad de oro", tiene dos templos, uno pequeño, más alejado del río, dedicado a Isis y el gran templo dedicado a dos divinidades que parecen antagónicas: Sobeck el dios cocodrilo y Haroeris, Horus el Grande, el dios halcón. Al igual que la dedicatoria, todo en ellos está duplicado; es totalmente simétrico, tiene dos entradas, dos salas hipoótilas, dos santuarios.

Los cocodrilos abundaban en esa parte del Nilo, de ahí la dedicación a Sobeck, un dios dañino; después se le añadió el culto a Haroeris, un dios benigno, en un intento de sincretismo.

El templo que vemos es de la época ptolemaica. Lo empezó a construir Ptolomeo VI, Filometor, en el s. II a.C., y lo acabó Ptolomeo XI, Soter II, un siglo después. Hubo allí culto desde la Dinastía XVIII, y todavía los emperadores Augusto, Tiberio y Domiciano continuaron con su embellecimiento y decoración.
El templo está en ruinas, en una parte debido a la humedad del río que ha socavado sus cimientos, en otra gran parte porque ha sido utilizado como cantera para otras construcciones.

Aún así es impresionante. Maravilla, una y otra vez, lo magníficos constructores que fueron los egipcios; qué sentido de la belleza tenían y cómo pudieron hacer esos enormes templos.

La visita la hicimos con los últimos y dorados rayos de sol y con la iluminación que está instalada para resaltar el monumento. De esta forma, como pasa siempre, las imperfecciones se atenúan y desaparecen, todo parece mágico.

Hay que hacer lo mismo que en todos las visitas a templos, sólo que aquí hay menos espacios cerrados debido al estado del templo. Cuando la multitud se retira se puede estar más tranquilo.

Entre las curiosidades, hay en los muros del deambulatorio unos bajorrelieves referentes a la función médica del templo, que servía de "hospital", con una serie de instrumentos quirúrgicos, no demasiado distintos de los que se usan hoy día; hay también un parto, con la mujer en cuclillas.

También hay numerosas representaciones del dios Sobeck, e incluso unos cocodrilos momificados de aquella época, en la capilla de Hathor, diosa que también tiene su culto en este templo.
Asimismo aquí hay un mammisi, paritorio donde nació Horus, muy deteriorado; y un nilómetro para medir la crecida y calcular los impuestos.

Todavía nos esperaba diversión en el barco pues nos habían anunciado una cena con especialidades egipcias. Habían dispuesto el comedor con adornos y velas. Lucía muy bonito. La cena consistió en un bufet con delicias de la cocina egipcia. Nos gustó mucho y nos pareció
bastante similar a la cocina de Oriente Medio, libanesa, palestina, islaelí...

El collage esta hecho con una pequeña muestra de algunos de los platos más característicos:
  1. Tahine o crema de sésamo
  2. Mahsi, verduras rellenas de carne picada, cebolla, perejil, hierbas
  3. Aish bafadi o pan, delicioso
  4. Baklava, pastelitos de hojaldre y frutos secos empapados en miel, que a mí me resultan algo empalagosos, pero que son muy apreciados en general
  5. Umm ali, mezcla de pan o arroz con pasas, frutos secos y crema, mi preferido
Y aquí uno de los platos ya bien surtidos con los que nos regalamos.

Hasta el próximo capítulo.

miércoles, 8 de abril de 2009

Capítulo V. Edfú

Salimos del barco después de desayunar y de buena hora, como todos los días, algo así como las siete y media, para realizar la visita más importante del día; el templo de Edfú.

Cuando llegamos al templo, los turistas afluían en gran cantidad de autobuses. Según la costumbre de los guías egipcios, todos, y éramos muchos, nos tuvimos que meter juntos en el templo, oír al guía bien comprimidos y una vez acabada la breve explicación, salir de nuevo todos juntos.

En los cinco minutos que nos dejaban para hacer fotos y contemplar tanta maravilla, era mejor emplear dos minutos en esperar que el gran tropel saliera y estar tranquilos los tres minutos restantes.

Esta ciudad, situada en la ribera oeste del río, en un valle resguardado de las crecidas del Nilo, es la Apolinopolis Magna de los griegos; llamada Uetyeset-Heru (Lugar donde Horus es alabado) y Dyeba por los egipcios, del cual deriva el nombre copto de Etbo, y de este, el árabe Edfú.

En el lugar hubo un templo dedicado al dios halcón Horus, desde tiempos prehistóricos, y varios faraones construyeron allí, pero el templo que hoy podemos ver es de la época de los Ptolomeos, sucesores del general de Alejandro Magno, al que tocó Egipto en el reparto que se hizo del imperio a su muerte. Los Ptolomeos adoptaron la religión y gran parte de las costumbres de los egipcios como método para que su dominacion fuera aceptada por los poderosos sacerdotes y por la sociedad egipcia; hay que decir que muchas de las costumbres egipcias les fascinaron de tal manera que las prefirieron, por ej. los ritos funerarios de los conquistados .

El templo de Edfú fue iniciado por Ptolomeo III Evergetes. Tardó 180 años en estar acabado. Durante su construcción hubo periodos de gran agitación politica por aquellos lugares, de tal manera que los artesanos que esculpieron en las paredes los "cartuchos" con el nombre del faraón de la época, los dejaron vacíos para no tener que estar borrando.

Forma parte de los tres importantes templos de los Ptolomeos dedicados a la Triada Isis, Hathor y Horus.

Según la mitología egipcia, Horus hijo de Isis y esposo de Hathor residía en Edfú. Una vez al año Hathor, cuyo templo estaba en Dendera, viajaba hasta el templo de Edfú para encontrarse con su esposo Horus, celebrándose una gran fiesta.

El templo es el mejor conservado de todos los de Egipto, en parte gracias a que estuvo casi sepultado por la arena durante siglos. Es totalmente egipcio, pero algo del genio griego también se pude ver, p.e. en la gran variedad de formas de los capiteles de las columnas, y en el equilibrio entre sus diversas partes.

Es verdaderamente impresionante.

Esta precedido por el pilono con sus dos torres, donde el faraón Ptlomeo está representado agarrando a sus enemigos de la cabellera, según la iconografía consagrada. Las dos torres son como un espejo una de la otra y son bellas e impresionantes.

El templo es enorme; sorprende el deambulatorio alrededor de las capillas y el gran número de éstas, diez, dedicadas a diversas fases del culto; el santuario tiene la cripta para la estatua del dios y una reproducción de la barca sagrada.

Todas las paredes están decoradas con escenas del mito de Horus,

su lucha contra su tío Seth, el malvado, que había matado a su propio hermano Osiris, padre de Horus; escenas del nacimiento de Horus y por supuesto del faraón haciendo ofrendas a todos los dioses.

Los patios y las salas hipóstilas son magníficas: estas últimas conservan parte de las pinturas, algo chamuscadas y ennegrecidas, ya que el templo fue usado como vivienda e iglesia por los cristianos, llamados en Egipto coptos, en tiempos antiguos y como almacén, establo y cuartel hasta el s. XIX. El arqueólogo francés Mariette, gran egiptólogo, fue el que lo desenterró.

En el exterior hay un "mamissi" o paritorio, donde nació el dios Horus,

y un nilómetro, para ver el nivel de la crecida del río, que servía para calcular los impuestos.

Hay dos magnificas estatuas de Horus, una a la entrada de la primera sala hipóstila, en la que el Halcón esta coronado con la doble corona de Egipto y otra más antigua antes del pilono; por cierto para poder sacarse una foto con Horus sería oportuno tener una tira de números para coger vez.

Alrededor del aparcamiento de los autobuses han montado innumerables tenderetes, desde donde nos gritaban los precios de las diversas mercancías, pero no hubo tampoco tiempo para comprar. Este lugar no era el designado para tal fin.

Así que volvimos al barco a la temprana hora de las diez y media. Todavía nos esperaban muchas experiencias para el resto del día, pero eso será tema para otro capítulo.